31 de julio de 2012

Leben


Si la muerte avisara antes de llegar no tendría sentido, o sí lo tendría lo que sí haría que no lo tenga. La muerte, creo, es tan desubicada, convulsa como nada lo es. Ni la vida siquiera. Si creíste que la muerte te sopló su visita al oído no es muerte, es tu vida que quiere que la uses, capaz. Si el sentido de preanunciarse fuera que te vayas realizado ¿entonces qué sentido tendría la vida? si para eso está ella. No voy a decir que la mala es la muerte, si no la espontaneidad que surge durante la vida, donde algo puede salir mal (mal dependiendo para quién) o lo que vos elegiste hacer con ella, quitándole su cualidad de espontaneidad y de vida, claro. Al único preanuncio de la muerte lo puede hacer un suicida, o aquel excesivo que no cesa y asume ese fin, ya sea ya o allá en el tiempo, después. A mi, personalmente, la muerte no me cayó bien nunca, sobre todo de desayuno. Siempre me cayó bastante pesada, cuándo mató por decisión propia, por naturaleza no más o cuándo fue marioneta de algunos que andan con vida de por vida fusilando vidas por ahí. Cuándo sus visitas me afectaron tuvo la picardía de no dejarme dormir, tampoco. O despertarme a los gritos, enredándome la garganta, dislocándome la voluntad, haciéndome perder la razón, la conciencia. Y lo peor es que las veces que me afectó tuvo la caradurez, la muy oportunista, de, a mi y a unos cuántos, matarnos un poquito también.



"Tod und Leben (Vida y Muerte)" de Gustav Klimt